Cuando revisamos textos y artículos sobre la crianza de nuestros hijos aparecen con mucha frecuencia los términos “Presencia Parental” y “Apego”.En este artículo trataremos de analizarlos y conocerlos un poco mejor.
Primero vamos a definir la actitud básica que los psicólogos infantiles y educadores entienden que debe caracterizar la tarea de educar y formar a nuestros hijos. Esta actitud se ha denominado “presencia parental” y se define o, mejor dicho, se expresa de la siguiente manera:
Nosotros somos tus padres y estamos y estaremos aquí, como „amigos “, protectores, acompañantes, oyentes, protectores familiares; pero también para poner límites, como barrera, como educadores y frenos. De estas funciones no podemos ser liberados, no podemos evitarlas, no podemos ser sobornados; estamos ahí y nos mantendremos ahí. No podemos cambiarte: sólo a nosotros y nuestra conducta. Pero haremos todo lo que haga falta para representar aquello que consideramos importante como padres. Hablaremos con otros y buscaremos apoyo y ayuda en caso de necesitarlo. Luchamos por ti y no contra ti.” Presencia Parental (Según Omer & V. Schlippe 2004).
Esta definición recoge las principales funciones parentales y necesidades infantiles, que son la ternura y firmeza. La “buena parentalidad” se caracteriza por lograr un equilibrio entre ambas, de manera que, como padres, podamos “sostener a nuestros hijos para que puedan crecer “derechos”.
El otro término asociado a la crianza es el Apego. Vamos a ver qué se entiende por este concepto:
El apego es entendido como el impulso hacia la búsqueda de la seguridad y el cuidado. Es como si el niño naciera con un “kit” de supervivencia. Se trata de un sistema cerebral, corporal, emocional y representacional que le permite al bebé ser cuidado, protegido y regulado. De ahí se desprende que el apego se encuentra en el infante y no en el adulto. El bebé activa su apego para buscar ser cuidado, el adulto responde a esta búsqueda y esta interacción es la que va formando LA relación emocional esencial. Sería algo así como: “yo te busco cuando me siento inquieto, estresado etc., y tú me calmas, me regulas, me tranquilizas. Esto me va dando seguridad y confianza en ti, en el mundo y en mi valor como ser humano.”
Este fenómeno tiene una base evolutiva ya que el bebé humano nace con un nivel de desarrollo e independencia muy inferior a sus “parientes” más cercanos, por lo que, para su supervivencia, tiene que poder asegurarse la atención de sus cuidadores. Los humanos hemos aprendido a sobrevivir yendo hacia otros seres humanos.
Resumiendo, el bebé activa el apego al buscar la protección y regulación por parte del adulto. Pero; ¿qué características debe tener ese/a adulto/a para poder proteger y regular al bebé? Veamos:
- Un adulto tiene que estar disponible física y emocionalmente para poder regular a su bebé (si está en otra cosa, no puede estar para él).
- Además de disponibilidad, debe tener sensibilidad emocional. Esto se refiere a la capacidad del adulto para identificar, interpretar y calmar las conductas y claves del bebé especialmente en momentos de estrés. Es decir, de nada sirve estar disponible, si no somos capaces de captar y de dar respuesta a LA NECESIDAD específica que está manifestando el bebé.
- Para ello, es necesario tener desarrollada la capacidad de Mentalización, que es la habilidad de comprender la conducta del bebé a través de leer o inferir sus estados mentales. Lo que hacemos depende de cómo hemos leído la mente del otro, es decir: si interpretamos el llanto de nuestro bebé como hambre, le daremos de comer; mientras que, si lo interpretamos como manipulación o mimo, tal vez optemos por, o bien, ignorarlo o bien cogerlo en brazos (dependiendo de nuestras creencias en relación a cómo manejar dichas conductas).
Para poder atender adecuadamente las necesidades de nuestros hijos y construir un apego seguro, se ha creado un programa de intervención con padres y madres denominado A.M.A.R. (A.M.A.R.: hacia un cuidado respetuoso de apego en la infancia. Felipe Lecannelier). Estas siglas son las iniciales de cuatro capacidades del cuidado en los adultos que los estudios han demostrado que son imprescindibles para lograr una seguridad emocional en los niños, a través de una comprensión sensible, mentalizadora, respetuosa y comprometida. El objetivo de ello es aumentar la seguridad emocional y el desarrollo socioemocional de los niños junto a sus cuidadores. Las tres primeras actitudes representan un “entrenamiento mental” necesario para realizar la conducta de contención positiva.
Veamos qué significa cada una de estas siglas:
La primera A es de ATENCIÓN y se refiere a la capacidad de prestar atención y de observar minuciosamente las señales no verbales y verbales del niño, así como su temperamento. Es el inicio de la comprensión de las conductas y estados mentales del niño y supone la puerta hacia la mentalización. Principalmente, en los momentos de estrés, se trata de responder a la pregunta: ¿Qué tenemos que atender en el bebé/niño (en su mirada, su expresión facial, su vocalización…) y qué tenemos que atender en nosotros como padres (nuestras reacciones y expresiones faciales)? ¿Cómo reacciona el niño frente a nuestras expresiones y cómo podemos descifrar sus reacciones para poder detectar el motivo de su estrés?
La M es de MENTALIZAR y se refiere a la capacidad de comprender, anticipar, controlar y relacionarse con los otros a través de un proceso de inferir los estados mentales que la otra persona puede estar sintiendo, imaginando, soñando, deseando, pensando.
La segunda A es de AUTOMENTALIZAR, y se refiere a la capacidad de aplicar la capacidad de mentalización en los procesos emocionales y mentales del adulto, en relación con el niño.
En palabras simples se trata de preguntarse sobre lo que siento, imagino, pienso, deseo de cada niño en particular, y cómo esa experiencia afecta mi forma de vincularme con él. Cumple con un doble objetivo; por un lado, el de activar procesos de autorregulación en los adultos en situaciones estresantes y por el otro aprender a diferenciar estados emocionales negativos atribuidos al niño, de los propios procesos afectivos provenientes de las experiencias personales adultas. La automentalización es importante, porque nos permite mentalizar las emociones y estados mentales que nosotros podemos tener hacia nuestros hijos, tanto a nivel general (¿qué pienso sobre cómo deben ser cuidados los niños?) como particular (¿por qué me molesta tanto que mi hija/o haga…?). Además, permite transitar de un modo emocional a un modo mentalizador, de manera que permite no proyectar en el niño nuestras propias expectativas, creencias y emociones. Todo ello con el fin último de no dañar la relación emocional con el niño y “dejar en la mente lo que debería quedarse en la mente”.
Por último, la R es de REGULACIÓN y se refiere a la capacidad del adulto de modificar los estados estresantes del niño, de modo de generar un cuidado protector, sensible y disponible. Se trata de dar respuesta a través de acciones que le entreguen seguridad y respeto al niño, de manera que el niño sienta la verdadera disponibilidad y capacidad del adulto para el cuidado.
La idea de este programa es que, a partir del desarrollo de estas cuatro capacidades (A.M.A.R.) podamos potenciar la seguridad emocional, el desarrollo y el bienestar positivo de nuestros hijos. Todo ello garantizaría el desarrollo de una “CULTURA DE RELACIONES RESPETUOSAS”, que sería la base de una sociedad educada para la paz y la convivencia respetuosa.